06 diciembre 2008

Trigésimo aniversario de la Constitución Española

El aniversario de hoy es importante. La Constitución Española de 1978 cumple tres décadas de vigencia.

Se trata de un aniversario que debería significar la llegada de la madurez, la consolidación definitiva de un sistema constitucional y de la mentalidad democrática del pueblo al que debe servir de código de conducta, de marco legal para un ordenamiento propio de un estado de derecho organizado como monarquía parlamentaria.

Pero la situación es muy diferente. El orden constitucional de 1978 sufre un desgaste galopante, no por la insuficiencia que podría presentar el texto fundamental del Reino de España, sino por la falta de voluntad de los políticos de hacer de la Constitución un instrumento útil para la convivencia en lugar de ir desmontándola paulatinamente y poner en duda la vigencia de los derechos que pretende garantizar.

Se trata de una constitución para la que los diputados de la asamblea constituyente tomaron como base diversas constituciones democráticas europeas occidentales para que sirviera, al igual que los textos de referencia, como garante del sistema democrático constitucional.

De hecho, el texto constitucional no ha sido desarrollado plenamente, precisamente por la falta de voluntad de los políticos. Aún quedan competencias por transferir, no sólo del estado a las autonomías, sino en mucho mayor grado de las autonomías a los ayuntamientos. Pero se trata de no perder poder, no de servir a los ciudadanos.

La Constitución no ha sido reformada prácticamente nunca desde su promulgación. (hubo algún aspecto relativo a la Unión Europea). Sin embargo, hay aspectos reformables, como las competencias autonómicas o la protección de determinados derechos como la educación en lengua española desde el preescolar hasta el bachillerato y la universidad o el acceso a la función pública en igualdad de condiciones en todo el territorio del Reino de España.

La Constitución de 1978 realmente es una constitución muy completa. Las disposiciones constitucionales son lo suficientemente amplias como para poder desarrollarla en plenitud y sin necesidad de reforma, ya que muchos temas de relevancia son susceptibles de ser definidos por leyes orgánicas.

Con la discusión se pretende, en realidad, provocar un cambio tan radical que haga necesario convocar una nueva asamblea constituyente, con lo que la izquierda quiere conseguir que se discuta incluso la forma del estado para acabar con la monarquía parlamentaria y eliminar esa institución de garantía democrática y control que es la Corona y acabar con esa odiada "indisolubilidad de la unidad de España" para satisfacer los anhelos irracionales de los separatistas catalanes, vascos y gallegos de hacer pedazos un país que disfruta de una unidad nacional desde hace más de 500 años.


En una ocasión, el presidente autonómico de Andalucía dijo que se debería poder reformar con más facilidad como es el caso de Alemania, pero con esa opinión sólo demuestra que primero no entiende nada de la situación alemana y en segundo lugar es poco democrático pretender cambiar la Constitución al antojo de las mayorías existentes. Alemania no tiene constitución, sino una Ley Fundamental, una pseudo-constitución, promulgada en 1949 tras la división efectiva de las zonas de ocupación occidentales y la zona soviética, por concesión graciosa de las tres potencias vencedoras occidentales EE.UU., Gran Bretaña y Francia, que habían decidido dividir Alemania en virtud de los Acuerdos de Yalta y en desprecio de la soberanía del pueblo alemán que entonces y hasta 1990 prácticamente no existía, una Ley Fundamental que establecía que tras la reunificación se debía elegir una asamblea constituyente para que fuera el pueblo alemán quien votara una nueva Constitución, precepto incumplido al igual que la trampa de la reunificación (parcial) con Alemania central (la antigua RDA comunista) mediante una adhesión a la República Federal de Alemania.

Pero antes de reformar la Constitución, hay muchos otros problemas por resolver. Nuestros políticos harían mejor en no gastar sus energías en discusiones inútiles sobre reformas constitucionales y estatutarias o en hablar o no hablar con bandas terroristas sobre si se impone o no una independencia de una región que nunca ha sido un país independiente (discusiones que por otra parte son completamente contrarias a la Constitución que no permite la secesión territorial). Lo que desea el pueblo español es que pueda vivir en paz, en prosperidad y sin preocupaciones vitales como empleo, educación de calidad, estabilidad política y libertad en todos los ámbitos.

La antigüedad de una constitución no es sinónimo de haber sido superada por el tiempo. La constitución del Gran Ducado de Luxemburgo demuestra que las constituciones están pensadas para perdurar en el tiempo sin mayores reformas. Creo que en pocos países se discute tanto sobre la Constitución como en España, porque en pocos países se quiere acabar con la propia nación para sumirla en el caos. Desearía que nuestros gobernantes leyesen la Constitución y que se atuviesen a ella, porque así lo quiso el pueblo español en 1978. Pocas veces en estos 30 años he visto tanto infantilismo político como en la actualidad. Se polemiza sobre cuestiones que ni tienen que ver con los problemas actuales ni aportan nada a la convivencia y a la prosperidad del país. La Constitución de 1978 aún la hicieron hombres con cierta grandeza, con formación, con cultura y con valores, algo que queda reflejado en el discurso que pronunció Su Majestad el Rey el día de la promulgación. Los políticos actuales sólo muestran desprecio hacia la Constitución, expresión de su incultura, su falta de mentalidad democrática y su nulo interés por servir a la sociedad española y al progreso.

Para terminar adjunto el discurso de promulgación de Su Majestad el Rey. Las palabras del Rey lo dicen todo.


Discurso de promulgación

Pronunciado por S. M. el Rey Don Juan Carlos I, ante las Cortes, el 27 de Diciembre de 1978

Señoras y señores Diputados,Señoras y señores Senadores:

Como expresión de los momentos históricos que estamos viviendo, y cuando acabo de sancionar, como Rey de España, la Constitución aprobada por las Cortes y ratificada por el pueblo español, quiero que mis palabras, breves y sencillas, sean ante todo de agradecimiento hacia los miembros y grupos de estas Cámaras que han elaborado la norma fundamental por la que ha de regirse nuestra convivencia democrática.

Y para proyectar hacia el futuro este sentimiento de gratitud por la labor realizada, formulo mi más sincero deseo de que todas las fuerzas políticas vean cumplidas cuantas esperanzas han depositado en el texto constitucional, a la vez que confío en su buena volutad para aceptar y ejercer la responsabilidad que en su aplicación les corresponde.

Mi saludo, también, al Gobierno de la Nación, a la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, a la Junta de Jefes de Estado Mayor, a las representaciones de los Altos Organismos e Instituciones del Estado, así como a las religiosas y del Cuerpo Diplomático que hoy se encuentran aquí.

En todos ellos quisiera significar el reconocimiento hacia las distintas Instituciones que, de una u otra forma, han contribuido a esta empresa colectiva que ahora culmina, y concretar el mensaje de paz y solidaridad de los españoles hacia las demás naciones de la Tierra.
Y gracias, por fin al pueblo español, verdadero artífice de la realidad patria, representado por las distintas fuerzas parlamentarias, y que ha manifestado en el referéndum su voluntad de apoyo a una Constitución que a todos debe regirnos y todos debemos acatar.

Con ella se recoge la aspiración de la Corona, de que la voluntad de nuestro pueblo quedara rotundamente expresada. Y, en consecuencia, al ser una Constitución de todos y para todos, es también la Constitución del Rey de todos los españoles.

Si ya en el mismo instante de ser proclamado como Rey señalé mi propósito de considerarme el primero de los españoles a la hora de lograr un futuro basado en una efectiva concordia nacional, hoy no puedo dejar de hacer patente mi satisfacción al comprobar como todos han sabido armonizar sus respectivos proyectos para que se hiciera posible el entendimiento básico entre los principales sectores políticos del país.

Pienso que este hecho constituye el mejor aval para que España inicie un nuevo período de grandeza.

Y hoy, como Rey de España y símbolo de la unidad y permanencia del Estado, al sancionar la Constitución y mandar a todos que la cumplan, expreso ante el pueblo español, titular de la soberanía nacional, mi decidida voluntad de acatarla y servirla.

Importante es el paso que acabamos de dar en la evolución política que entre todos estamos llevando a cabo. Importante es la aprobación de una Ley básica como la que hoy he sancionado y que constituye el marco jurídico de nuestra vida común; pero pensemos que la ruta que nos aguarda no será cómoda ni fácil, y que, al recoger el fruto de la etapa que se cierra, debemos abrigar también la ilusión de no desfallecer en nuestro empeño, el propósito de no ceder terreno al desánimo y la seguridad de mantener el pulso necesario para sortear escollos y dificultades.

Si hemos acertado en lo principal y lo decisivo, no debemos consentir que diferencias de matiz o inconvenientes momentáneos debiliten nuestra firme confianza en España y en la capacidad de los españoles de profundizar en los surcos de la libertad y recoger una abundante cosecha de justicia y de bienestar.

Porque si los españoles sin excepción sabemos sacrificar lo que sea preciso de nuestras opiniones para armonizarlas con las de otros; si acertamos a combinar el ejercicio de nuestros derechos con los derechos que a los demás corresponde ejercer; si postergamos nuestros egoísmos y personalismos a la consecución del bien común, conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el rencor, el odio y la violencia, y lograremos una España unida en sus deseos de paz y de armonía.
De acuerdo con estos propósitos, la Monarquía, que como Institución integradora debe estar por encima de discrepancias circunstanciales y de accesorias diferencias, procurará en todo momento evitarlas o conjugarlas para extraer el principio común y supremo que a todos debe impulsarnos: lograr el bien de España.

Los pueblos de España tienen planteadas grandes demandas en el orden del reconocimiento de sus propias peculiaridades, del trabajo, de la vida familiar, de la cultura y la igualdad efectiva de las oportunidades en el ejercicio cotidiano de la libertad.

A todo ello hemos de consagrar nuestros esfuerzos en el tiempo que se avecina.

Íntimamente identificados con el pueblo, siempre cerca de él, en contacto directo con sus preocupaciones y urgencias, podremos garantizar para el futuro el orden social justo a que todos aspiramos.

Al reiterar a todos mi agradecimiento y mi satisfacción, quiero terminar expresando el orgullo que siento por estar al frente de los españoles en estos tiempos decisivos en que nuestras miradas deben dirigirse al porvenir con fe, con optimismo, con decisión y valentía, con la más ilusionada de las esperanzas.

El día de mi proclamación tuve ocasión de decir que el "Rey es el primer español obligado a cumplir con su deber".

Por eso repito ahora que todo mi tiempo y todas las acciones de mi voluntad estarán dirigidas a este honroso deber que es el servicio de mi Patria.

1 comentario:

Miguel A. Pazos Fernández dijo...

Sin embargo tiene algunos fallos. Que diga que el 40 % de los jueces tienen que ser nombrados por los políticos es uno de ellos.

Un saludo